EL AMOR DEL EDITOR

(PRESENTACIÓN DE MICRO ABIERTO SALAMNACA. EDICIÓN 29 DE MARZO 2010)


Yo acababa de publicar en la editorial “Cabeza de tornillo”, una editorial menor, independiente, como se suele decir, etílica, tabaquil, gloriosamente. Mi editor hacía fiestas en su casa. Como éramos vecinos me llamaba de vez en cuando y me decía: oye, ven a mi fiesta, estoy aquí con la élite cultural de la ciudad tomando unas copas de vino chateau de chasellas, del año mil ochocientos diez, ven a la fiesta. Y yo me vestía me ponía colonia, me vestía y bajaba de mi casa y subía a su casa y llamaba al timbre. Cuando él me habría la puerta me abrazaba efusivamente y me decía: ¡Hombre! ¡Bienvenido a la fiesta! Pero entonces comprendía que estábamos solos, que no había fiesta, que no había Chateau de Chasellas del 1810, sino vino tinto don simón del mes pasado; bodegas el murciélago feliz. ¿Y la fiesta?, le preguntaba yo a mi editor, ¿Y la élite cultural que decías que estaba aquí, en tu fiesta? No están, contestaba él, se acaban de ir todos justo ahora y estamos solos en la fiesta. Y siempre era así, cada tres días mi editor me invitaba a su fiesta y cuando llegaba a su casa todos se habían ido, presuntamente, a dormir, y yo me tomaba una copa de vino don simón y entonces mi editor cogía de la estantería el Scrabble y me retaba a una partida de scrabble, y yo siempre le ganaba y entonces él se enfadaba, porque eso es lo que ocurre con los editores, que no soportan que sus autores sepan hacer mejores palabras, más largas y espectaculares palabras, cocodrilo, supercalifragilísticoespialidoso, esas cosas, perder siempre en el scrabble contra sus autores, los editores no pueden soportarlo; y entonces, cuando volvía a ganarle al scrabble, se enfadaba y me echaba de casa gritándome que era un chuloputas presuntuoso, que mi literatura era pura palabrería pseudofilosófico tantrísta, y que yo era una mierda y que nunca llegaría a nada.

Luego yo entraba en la cama y entonces sonaba mi teléfono y era mi editor, sollozando, rebañado en lágrimas mantequillosas. Autor mío, me decía, perdóname, me he pasado, si yo te quiero mucho, perdóname, no publiques con otros, por favor, no te vayas a la editorial Planeta, no!, no me dejes, no me dejes nunca por favor por favor. Vale, decía yo, te perdono, y colgaba y dormía.
Y a la mañana siguiente, mientras yo desayunaba y pensaba en poemas y penas, en estandartes, guerras, paraísos artificiales, volvía a sonar mi móvil y era otra vez mi editor, porque esto es así, un autor que tiene editor ya puede olvidarse de tener novias, de tener amigos felices, de ver películas en la filmoteca, de comer, dormir, ya puede olvidarse, porque lo único que recibe son llamadas de su editor, y así era, mi editor me llamaba por la mañana exultante, alegre y resacoso y me decía: ¿Qué haremos hoy, autor mío?.
Tengo que ir a clase y luego he quedado para ir al cine con una amiga, le contestaba.
Nada de eso, decía mi editor, cancela tu cita con la clase y cancela a tu amiga de tu vida, hoy tenemos que promocionar tu libro.
Y yo pensaba, oh, por fin vamos a promocionar mi libro, por fin hace algo útil mi editor, qué bien. Y mi editor me decía: he organizado una sesión de fotos que te va a hacer muy famoso, ya verás, nos vamos a forrar, tu libro es la hostia, eres el mejor, te quiero tanto, te daría besos si tuviera labios. Te espero en la puerta de tu casa con un manojo de flores, me decía.
Y yo me vestía otra vez y me ponía colonia y pensaba en la fama bestial y absurda que absorbe y envuelve, pensaba en un futuro de mansiones y piscinas y toboganes acuáticos, de helicópteros y revistas del corazón, bodas con Elsa Pataky y cenas íntimas con Barak Obama para hablar de literatura. Me vestía y bajaba y allí estaba él, mi editor, e íbamos a la sesión de fotos. Pero no íbamos muy lejos porque entrábamos directamente en el bar del barrio, llamado La Pepa, y yo le decía: ¿Pero editor mío, no íbamos a la sesión de fotos? Y él se giraba y me decía: aquí es la sesión de fotos, en el bar La Pepa, en el que unos ancianos jugaban al parchís y una discotequera fumaba hachís en la esquina. Y la dueña del bar salía con su cámara compacta y me decía: vamos a hacerte una foto con mi hija y a ponerte en el muro de la fama del bar.
¿Qué muro de la fama?, preguntaba yo, y ella señalaba una pared donde había una solitaria foto de un torero de serie B que una vez se tomo un café en La Pepa. El muro de la fama.
Ahora viene mi hija, decía la dueña, y de entre bastidores salía ella, novelescamente, una dominguera tuning que me decía qué pacha tío, ¿nos pegamos un chute?. Venga, ponéos juntos, decía la dueña, y nos juntábamos y ella, la hija, olía a pescado, quién sabe por qué y nos sacaban una foto y mi editor daba palmadas y decía bravo! Y se acercaba a mí y añadía, ya hemos promocionado tu libro, no hemos vendido ninguno pero ya lo hemos promocionado, vamos a tomar un café.
Y entonces nos sentamos a tomar café y mi editor me miraba con ojos brillantes de padre orgulloso, de amante prenupcial, y sacaba la lengua para comprobar la temperatura del café y yo, de golpe, sin más, tuve que decirle la verdad:
- Oye… tenemos que hablar.
- ¿No te gusta el café, autor mío?
- No se trata de eso... Se trata de nosotros.
- ¿Qué pasa? ¿No me quieres?
- Sí que te quiero pero es que…
- ¿Es que qué? ¿No te ha gustado la promoción de tu libro que hemos hecho en el bar la Pepa?
- Sí, sí, pero…
- ¿Qué pasa? ¿Has conocido a otro editor?
- No, pero es que…
- ¡Di la verdad! –gritó levantándose- ¡Has conocido a Herralde, a Lara, a Barral! ¿Cuál de ellos? ¿Con cuál me vas a traicionar sucio bastardo? ¿Has firmado un contrato secreto con Anagrama? ¿Eyacularon en tu cara con su dinero sucio? ¿Me estás dejando? Dime ¿me estás dejando?
- Ehmm… sí, editor mío, te estoy dejando.
- ¡Cabrón!, cerdo, trozo de caca! Traidor filisteo, napoleónico comunista!
Entonces yo me levantaba y me iba, bajo la lluvia y al cabo del rato sonaba mi móvil y era él, mi editor, sollozando otra vez; y así es el amor, está en todas partes y en todas partes se va a la mierda, tarde o temprano, o como dice mi amigo Borja:detrás del cocinero no suele haber cocina y detrás del sexo ya no hay sexo, por lo tanto es fácil intuir, que detrás del amor no hay amor, que solo se dice y dice y se habla y todo, al final, acaba en nada.


Víctor Balcells Matas
huesosdesepia.blogspot.com

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